Wormold es James Wormold, el espía que Graham Greene eligió para la novela Nuestro hombre en La Habana. El servicio secreto británico lo recluta por error de un día para otro y, sin saber muy bien cómo ni por qué, avanza. Y hace lo que cualquier hombre desesperado haría: inventa una comunidad de espías tan falsos como él, hace pasar el plano de una aspiradora por el de una bomba y crea intrigas y conspiraciones donde no las hay para cumplir con las expectativas de sus superiores.
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Wormold es una revista de cultura y actualidad. Un puñado de notas breves cada mes que se pueden leer entre zoom y zoom, en el colectivo, en un taxi, con un café a la mañana o un vino al final del día. Política, literatura, cultura de masas, arte, farándula, espectáculos y frivolidades varias. Diferentes miradas sobre los signos que conforman la realidad porque, como repetía Néstor Perlongher, la profundidad es un pliegue de la superficie, y hay tanta semiótica en una novela como en una estrella en decadencia de la televisión.
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Wormold no siempre fue Wormold porque inicialmente nos íbamos a llamar Praga. Una referencia elegante al mundo del espionaje, porque antes los espías pasaban por Praga. Nos gustaba la idea de una ciudad en la que la realidad está siendo constantemente disputada y donde todos desconfían de todos. Pero parece que ese mundo solo sobrevive en las películas y que ahora las ciudades son meros símbolos, espacios cerrados, homogéneos y sin fisuras desde los que se esgrime la superioridad moral del lugar no marcado, el ficticio kilómetro cero de la cultura.
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Wormold entonces como crítica a esos signos cerrados. Wormold como una mirada descolocada sobre el mundo. Wormold como trinchera. Wormold como el margen desde el que da igual mirar televisión o leer un poema en alemán porque todos los signos están afortunadamente mezclados.
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