Ojalá que llueva liso en la noche
Por Larisa Cumin
La moda de la cerveza artesanal, hace que esto que voy a contar no parezca taaan raro, pero es raro, o al menos inédito. Para los que no saben, yo soy de Santa Fe, Santa Fe. Esas mismas palabras eran un verso del jingle de la cervecería allá por los dos mil, y remataban con este slogan: así somos, así nos gusta (que no sé si tienen tanto que envidiarle al de Fogwill). En mi ciudad natal se consumen por mes un promedio de 80 litros de cerveza por habitante. Así desde años, décadas. Cuando en el resto de las ciudades del país (excepto Rosario con la que estamos parejos en ranking, pero no quiero darles demasiado crédito porque ya lo tienen de sobra con Fito) se toma menos de la mitad: entre 30 o 40. Si pensamos bien, bien a fondo en los 80 litros, les restamos los niños y los abstemios y dividimos esa cantidad por 30 días, quiere decir más o menos que hay personas que toman, como mínimo, ¡¿tres litros por día?! Por favor, si estoy haciendo un mamarracho que se levanten los santos de la estadística y me inviten un porrón (porrón en santafesino es la botella marrón retornable de litro).
Siempre me acuerdo de un grafiti que veía cerca de mi casa que fue mutando como muestra de la semiosis ilimitada. Primero decía: Santa Fe, Unión y Perón, después: Santa Fe, Colón y Perón, y terminó diciendo (zanjando toda grieta posible): Santa Fe, cumbia y porrón. Es que sí, la cerveza es santafesina, lo mismo que la cumbia. Ahora todos descubrieron a Los Palmeras, hasta Calamaro, pero los tipos —con dos integrantes íntegros: Cacho y Marcos Caminos— vienen tocando desde el 68. ¿Qué quiere decir eso? Que mi bisabuela bailaba El parrandero (la que ahora se conoce por el sabalero), La suavecita y La chica de rojo tomando liso. ¿Qué que es el liso? El liso es una medida, un vaso de 250 ml que se llena de cerveza tirada livianita, no pasteurizada, que viene en barril de 50 y que hay que bajarse en una noche o terminar al mediodía siguiente porque si no se pudre. Casorio, peña, cumpleaños, navidad, bautismo son excusas perfectas para pinchar un barril. La chopera (una conservadora por donde pasa una serpentina que desemboca en una canilla cervecera) te la prestan o la alquilás, lo mismo que el tubito de gas. Debajo de la canilla siempre hay un balde o una palangana donde tirar la espuma que rebalsa del vaso y esos restos lo terminan tomando los perros o los niños si los adultos se descuidan. Miel efervescente, bebida de oro, la chevecha que se te chuve a la cavecha, pero que te refresca en esos días tan litoraleños de 40 grados bajo la sombra.
En el quinto disco de Los Palmeras (1979) los tipos ya lo habían entendido todo. No sólo que Santa Fe era la ciudad tropical más austral del mundo a donde la cumbia con acordeón iba a pegar como loco, sino que la cerveza era la bebida de los bailes y de los amigos. El disco se llama: Nadie se quede sin bailar y están los cinco de traje clarito, pelo negro negro, sentados alrededor de una mesa en el Parque del Sur y tomando, obvio, cerveza. Dos porrones abiertos y cuatro vasos medio vacíos o medio llenos. Si entendemos el mensaje socialista del título: nadie se quede sin bailar y lo expandimos a: nadie se quede sin tomar, nos daremos cuenta de que, si son cinco, el vaso que falta está escondido atrás del porrón o bien el que no tiene toma del pico.
Quienes también parecen haberlo entendido todo son los dueños de la cervecería, los primeros que produjeron con las aguas dulces del humedal la cerveza y, contrariando la costumbre alemana, la enfriaron. Y los actuales que, inspirados en Elvis o en Horacio Guaraní, hicieron literalmente el primer “cervezoducto” del mundo. Un caño brilloso y plateado cruza la calle Calchines a modo de arco triunfal y provee directamente al patio cervecero de enfrente. Cuando se haga la revolución y le hagamos caso a Los Palmeras (qué hermosa mixtura de los géneros entre determinante y sustantivo) se organizará una fiesta de una noche de verano donde se pinche el cervezoducto y nadie, pero nadie se quedé sin cumbianchar.