Batman vs. Superman vs. Aristóteles
Por Matías Moscardi
La película Batman vs Superman. El amanecer de la justicia (2016), dirigida por Zack Snyder, contó con un presupuesto estimado de 250.000.000 dólares. La cifra no solo es difícil de leer en voz alta sino absolutamente inverosímil. Sobre todo cuando contrastamos esa cantidad con la calidad del guión. ¿Cuánto sale escribir un buen guión? Digámoslo rápidamente y sin rodeos: el guión de Batman vs Superman no solo es uno de los guiones más malos del cine de superhéroes sino uno de los guiones más ostensiblemente estúpidos e incoherentes.
Sin embargo, lo que no se entiende es la relación desproporcional entre el millonario presupuesto económico y el pobrísimo resultado literario. Dicho de otro modo: hacer un buen guión hubiese costado más barato e incluso hubiera generado más ganancias. Las películas de superhéroes suelen presentar este problema: algún elemento de la trama carece de sentido. Lo curioso de este fenómeno es que, incluso dentro del mundo desmedido, olímpico e hiperbólico de los superhéroes, las pifiadas se hacen notar por el alto grado de incoherencia consigo mismas. Las leyes que el guión establece son las mismas que el guión trasgrede. Lo que quiero decir se remite a la antigua definición de verosimilitud aristotélica. La asociación parece excéntrica pero no lo es en absoluto: si el cine de superhéroes es heredero de la tradición épica y de la epopeya –caracterizadas por representar cuerpos y acciones heroicas de excepción– entonces sus bases representativas están en la Poética de Aristóteles. No hay vuelta.
Recordemos rápidamente algunas coordenadas básicas. Platón había censurado el arte por ser la fotocopia de la fotocopia de la fotocopia. En su condición derivada, lo verdadero se volvía ilegible. Aristóteles, en cambio, se opone a este modo de concebir el arte e interpreta la mimesis desde una perspectiva opuesta: lejos de reproducir pasivamente la apariencia de las cosas, el arte las recrea según una nueva dimensión. Y acá viene el plot twist de Aristóteles: la trama no debe trabajar con lo verdadero sino con lo verosímil. ¡Gran giro! Lo verosímil es la coherencia interna: si a mitad de un drama con Marlon Brando aparece de pronto Mickey Mouse y, de la nada, se prende un faso y se tira un pedo con forma de dragón, cualquiera notaría que “no es verosímil”. Pero ojo, si la película estuviera constantemente minada de estas interrupciones, la lógica cambiaría: lo inverosímil sería, al revés, que las interrupciones cesaran.
Por medio de esta distinción clave, el arte pudo introducir lo irracional y lo imposible sin problemas con la Verdad y la Realidad, pero solo a condición de que el todo sea tratado con verosimilitud: “lo imposible verosímil es preferible a lo posible increíble”, dice Aristóteles. En otras palabras: Aristóteles no objetaría la existencia de Superman –heredero directo de los dioses olímpicos– pero condenaría que Superman no esté a la altura de Superman. Tal es la exigencia.
Volvamos al guión de la película: la gente le tiene miedo a Superman. Piensan que sus superpoderes llaman mucho la atención y que, de pronto, pueden venir fuerzas extraterrestres a cascotearnos el rancho. Superman representa, en este punto, una amenaza al status quo. Por eso, es llevado a juicio. Pero Lex Luthor le tiende una trampa: pone una bomba en la corte de justicia. La bomba explota con Superman presente y todos lo culpan. La pregunta es: ¿no podría Superman haber contenido la explosión con su supercapa una milésima de segundo antes de que efectivamente ocurriera? ¿No podría haber volado al espacio sideral a la velocidad de la luz para que la bomba explote entre las estrellas apenas como un estornudo del cosmos? Esta escena lo delata: Superman es inconsecuente con sus propios superpoderes. ¡Siempre puede más de lo que hace! Por eso es tan detestable como personaje. Por su parte, en el ala opuesta, Batman –un simple mortal–, para enfrentarlo, entrena levantando pesas, comiendo cereales de desayuno. ¿Por qué nos muestran esa larga secuencia del entrenamiento de Batman en la película de Snyder? ¿No es estúpido el gesto, dado que Superman tiene fuerza sobrehumana? ¿Tiene sentido una piña de Batman destinada a Superman? ¿Es verosímil mostrarlo arrastrando una rueda de tractor cuando sabemos que ningún músculo, por más entrenado que esté, podrá causar el más mínimo moretón en la impenetrable piel del Hombre de Acero? Pero claro, Batman es millonario: el superpoder del dinero todo lo puede.
En el reverso de todo, la Ley de Gravedad es posible pero increíble: que en este momento haya chinos dados vuelta parados en la tierra y que el agua no se caiga hacia el espacio es ciertamente una locura para alguien como yo que no entiende nada de física. El gran mal de las películas de superhéroes es la raíz cuadrada de la condena aristotélica. Cuando lo imposible y lo inverosímil se cruzan, los guiones fallan por todos lados y nos enrostran el derroche absurdo de este mundo: gastar millones para producir pobreza. Superman y Batman representan eso: despilfarro económico para la miseria simbólica. Pero nos dan una pista clave: eso que Mark Fisher llamó “realismo capitalista” es un realismo inverosímil. Esto quiere decir que, como Superman, su truco consiste en un tipo de hacer inconsecuente con su poder. Maradona, atónito ante la cúpula del Vaticano, lo resumía de manera magistral: “Si hay hambre en África, ¡vendé el techo!” El Vaticano, por supuesto, es como Superman: la bomba tiene que explotar para que su poder se constituya. Es el amanecer de la injusticia. Yo hubiera preferido un buen documental sobre la Ley de Gravedad.