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Andres Calamaro, filólogo

Por Manush Voivoda

Las redes sociales están haciendo desaparecer algunas de las virtudes más nobles. Antes todos queríamos interceder en favor del más débil. Hoy la cultura de la “cancelación” nos entrena en el mórbido placer del linchamiento mediático. A propósito de esto: las últimas aficiones supuestamente filofascistas de Andrés Calamaro lo pusieron al borde de la tan temida condena social. De hecho, no hace mucho el músico cerró durante un tiempo su hilarante cuenta de Twitter, supongo que para preservar su buen talante.
 

Todo esto debería ser un murmullo insignificante al lado de la  gran obra de Calamaro. Y lo es de hecho, cuando se consideran seriamente sus aportes a la industria de la música adolescente y adulta: el rock. La enorme cantidad de canciones empáticas, pegadizas y misteriosamente profundas que escribió lo han hecho un ladero de todas nuestras aventuras existenciales. 
 

Sin embargo, es en la ciencia aún no creada (pero de imprescindible creación futura) de la rockologia donde Calamaro ha sido descollante. Rockología que el cantautor desarrolló amparado por una ciencia también inexistente pero no de menor necesidad, “la contestadística de reportajes”, disciplina ésta que, de ser fundada, será parte de la retórica (esta sí, la de siempre, la de toda la vida), que forma parte a su vez de la filología. Esto es, finalmente, lo que quería decir: Calamaro es, palabras más palabras menos, un filólogo.
 

Como nunca negué mi colaboración a la ciencia, ahí van los datos que fundamentan este (solo parcialmente) temerario aserto:

1. Calamaro fue el primero en hablar de “rock chabón” y con eso hizo comprensible a uno de los fenómenos sociales más importantes de Argentina. En esta identificación de un subgénero del rock nacional, Calamaro muestra una gran sensibilidad sociológica. Por otro lado, él mismo cultivó este tipo singular de canción: bástenos recordar “Para siempre”, con los Ratones Paranoicos, y “Fuego”, con Viejas Locas, ejemplos de su mirada científica proyectada en aparentes rockitos “stone”.
 

2. Calamaro identificó una emoción y creó la palabra que la nombra cuando, en una nota a la TV argentina de principios de los 90, improvisó el apotegma: “En Argentina el fútbol es un sentimiento, que se llama un sentimiento”. En efecto, las hinchadas de fútbol de los años 80s solían cantar “El rojo, es un sentimiento, no puedo parar”. El sentimiento que invocaban  era en todas las hinchadas uno y el mismo: una sensación indefinible que solo puede llamarse “un sentimiento”.
 

3. Calamaro combatió el uso de jergas que embozan el sentido recto de la lengua popular y culta. Recordemos el episodio  en el que, invitado por Mariano Grondona a participar de un debate porque se lo acusaba de “preconizar” el uso de estupefacientes, el “Salmon” señaló que ese verbo escondía sutilezas que desconocía. Su « docta ignorancia » se manifiesta y  le permite al maestro del lenguaje delatar la artificiosa redacción de un entramado jurídico, por lo demás, reaccionario.
 

4. Calamaro, en su antiguo blog (creo que hoy tristemente desaparecido), ensayó diversos géneros literarios, en particular las necrológicas. Recordemos,  al respecto, sus sentidas despedidas  de Hugo Chavez y Nestor Kirchner. Por otro lado, la pasión por la recordación de los seres queridos ha sido tema frecuente de su cancionística: tengamos presente los homenajes que ha dedicado a muchos de sus compañeros de rutas en el rock (Miguel Abuelo, en particular).
 

5. Las canciones de Calamaro abundan en referencias literarias, siempre de modo elegante y poco pretencioso. En “Dos Romeos”, por ejemplo, resume la novela “Bang Bang” de Brian W. Aldiss, con un fondo musical hipnótico que evoca a Lou Reed, aunque su rap-recitado monocorde y lisérgico bien podría haber sido escrito por un Julio Cortázar,  eternamente joven y apolítico.

***

Estas anotaciones las hago citando de memoria algunos reportajes del genial bardo. Pido disculpas de antemano si me equivoco en alguna referencia. Adicionalmente pueden mencionarse otras virtudes específicamente musicales que no hacen al tema central de esta breve nota, pero que sirven para ilustrar la riqueza del personaje. A saber, Calamaro es un pianista muy destacable que pudo tocar a los 17 años en el exigente grupo  de jazz “Raíces” y poco después en la banda de Charly Garcia, en una época en que tenían que interpretarse arreglos descomunales con la precisión de un músico de cámara. Sin olvidar, obviamente, su paso por bandas de gran calibre como “Los Abuelos de la Nada” y “Los Rodríguez”.
 

Los curiosos tiempos que vivimos perfilan una pronta y catastrófica codificación del “crimen de opinión”. Esperemos que las conciencias libres, de las que Andrés Calamaro es espejo y norma,  busquen la salida a esos futuros laberintos.
 

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